lunes, diciembre 19, 2005

Las Desveladas

Para Pablo de la revista El fin, en el 24 de marzo de 2005.
Para Brazo Largo.
Para los hijos del tiempo.

Por una bandera sola de sol, tierra y colores.
Y vida ardiente.




Las desveladas son dos. Dos pequeñas mujeres gigantes. Una es rulo amarillo y ojos tigre. La otra es mujer hombre de tiza bombón. Bailamos en un boliche ellas y yo. No oigo la música ni mis ojos deslizados ven al montón. Sólo me oigo yo dentro de la música y yo. Me entrego. Son tácitos pálpitos de mis trágicos hábitos, la negra calentona que cabalga un muslo y que revienta, la negra de la barca cierta.
Sigue la música tronando y mi búsqueda voltea cien cabezas donde a las duendes no hallo. Las pierdo y entonces bailo con una doncella de anteojos oscuros, misteriosa silueta hada sobre un fondo de latón chatarra. Boliche bolichero y cajón nochero, remojón ratero. Me quedo en la caja rata cucaracha. Toco el cartón de la caja, paredones de lata. Luego me escupo al aire callejero de esta ciudad chapa, es noche diciembre. Autos parados y jóvenes tirados, en las esquinas el hampa harapa. Camino y tambaleo tomboleo timbaleo. Me retiro de humo y alcohol entera cuerpa pequeña en la madrugada que despieza su bailable espera en las sábanas tibias de mi casa porteña.
En mi cama estoy en la cabaña mañana cuando oigo entrar voces y de pronto es luz dicharachera y se ríen las desveladas duendes trayendo a dos hombres en su tela de araña. Uno es él con aro y pelo enrulado y cara de hombre amañado. Lo conozco. Es argentino árabe italiano. Traen botellas de sidra, cigarrillos y faso. Se sientan a mi mesa en la madera y cuelgan sus humildes trapos: bolsa de plástico y pastillas, cocaína y dientes blancos. Mis duendes están encantadas y yo en bata me adelanto, me siento a la mesa, desayuno dientes blancos. El morocho argentino me cuenta. Éste es yanqui habla en inglés lo traigo lo paseo y lo marcho. Bueno, entonces fumo, sonrío y charlo. Quién es el yanqui me pregunto y le pregunto y mi inglés desenvaino. Kevin de nombre el yanqui tiene pelo rubio blanco cepillo rapado, piel inflamada de cuello rojo hinchado y cuerpo gimnasio, se llama soldado aunque se presenta de red informe empleado. Trabaja en Oriente, en el Sur y en los costados, es hacedor de hilos en países machacados por su estado militar tecnólogo avanzado, manzana máquina negra de tentáculos alados. Kevin tiene treinta años, arma mantiene y sostiene redes de telecomunicación en los cuatro costados de sangre reventados. Viene a desayunar a mi mesa el siniestro soldado. Le pregunto y de mi voz soy ausencia. Le pregunto y me cuenta que no le gusta su trabajo siempre en medio de la guerra, pero lo hace a ciencia cierta para irse al carajo, ganar plata pudienta y mandarse en su tierra una casa gigante y una tranquilidad vieja. Tiene algo bueno mi trabajo, desdice. Y es que viajo a muchas partes conozco muchos países y su fiesta bailo y sus drogas me trago. Qué te gusta, le pregunto. No bebo alcohol ni fumo cigarrillos me tira fumando un pucho y mostrando un atado con la Quilmes en mano. Me gusta la droga exquisita marihuana cocaína quetamina es el mejor hallazgo. Qué te hace, le pregunto. Te hace un viaje inolvidable un incomprensible estado algo grande impredecible algo grande habla y su boca es línea caída a un lado y su cara es piel roja de blanco marchitado y sus ojos perdigones de azul mal encontrados.

Mis duendes apuradas de la mesa al costado se besan los ojos cerrados, botella en mano. Se miran en el sueño y no ven ni al morocho ni a mi cara larga ni al soldado. Están soñando. Sueñan juegos ardientes en una isla palmeras de agua caliente, sueñan juegos de arte, de gente niña y de niña suerte. Juegan sonrientes en una burbuja celeste que mi aire de negro argentino y de cuello rojo desmienten. Estoy sentada y me levanto y bajo a la calle en San Telmo vendiendo fruta y un dobermann mordiendo con afilado diente de la calle vuelve con voz caliente y les dice al yanqui y al negro vayan de mi lado les pido vayan a otra casa a otra velada a otras chicas que a birra faso y pastilla recen dormidas cazadas. Acá se acabó mi mano se rompió mi jeta frente al rubio soldado.

Las chicas dormitan a un costado. Dormitan las chicas y es osado asado de carne joven valiente vendida su suerte a un pucho barato a precio caro. Me lavo. Me despierto y ando caliente. Lavo. Lavo los platos lavo la ropa lavo mi cara lavo ampollas al sol ardiente.

(...)

Sol ardiente de marzo en esta bandera del 24, día de la gente. Es madrugada. Duermo en mi lecho de avestruz cansada. Es mañana saliente, a las duendes hace tiempo no se las siente. Tengo a un joven a mi lado. Un joven marcado. Desaparecidos padres desaparecido su halo. Me dijo que este día lo atrapaba siempre. Vino a dormir, se quedó acostado con dedos besados. En un momento llega la gente. Son desveladas duendes hablando riendo y trayendo simiente. Abren luz, la música ponen y traen a dos muchachos en ciernes. Uno grande morocho otro chiquito y caliente. El chiquito mueve los ojos con hambre de fiesta fiera se divierte. El joven marcado desaparece en un soplo desatado. Vieja costumbre de fugitivo azulado, hijo de nadie hijo de un alguien sesgado. Rulos tigre se desnuda a mi lado. Bombacha joven y cuerpo estilado. Pubis abierto ano rosado es flor crisálida la rubia a mi lado. Ay, qué linda la rubia a mi lado.
Rulos tigre se duerme. Viene el morocho y se sienta a un costado. Besa a la rubia, me pide un beso prestado. Asiento. El morocho se pone sonriente. Cuerpo enorme gigante tan grande como una montaña de arena y tan dulce su estar calmado en medio de la gente y tan lento el color pastel que en su boca se cierne celeste el aire que cambia y a su alrededor de remolino divierte. Lo abrazo, lo beso, lo tengo en mi regazo diminuto lo mezo como a un gigante negro de nube azucarada dentro. Nicolás se llama Katai Jorowski de nombre y nació el 24 de marzo de hace 25 años. Hoy es su cumpleaños. Es por rusos adoptado todos estos años y cuenta 5 en Israel estado. Habla yiddish y habla árabe el negro datilero es judío practicante y por el sionico quirúrgico dos años vacunado entero. Me hago ruso me hago blanco de todas las clases me hago. Sos un coya me exalto, me dice eso no importa. Viste ropa de marca y sonrisa pronta. Nicolás el negro trasplantado el huérfano indio por los rusos adoptado. Quiere ser sociólogo para entender lo de estar en varios lados. Adaptada forma adoptado. Adaptada forma que es conducta y es costumbre y es manera de hombre blanco. Se desaparece el indio se hace blanco. Me da risa el engaño. Luego Nicolás se sienta y me cuenta cómo bebe el hombre blanco. Bebe sin sentarse esperando que le mojen el pico largo. Bebe sin mostrar lo sagrado en su acto. Me dice que sigue a un grupo que de arcoiris se viste y por la tierra rinde culto a lo que existe. Luego me dice no respondo a dobles preguntas. Sólo a pregunta directa. Luego me toca, me chupa los pezones con sus manos piedras acicate de uva rocío colecta. Acicate de mano dura y de boca barca que chupa y rechupa y de chupa se harta. Se desnuda y con su cuerpo me abarca. Se hace pequeño para entrar en mi halo. Nos juntamos los pechos abiertos los brazos adentro y los brazos a un lado. Luego se duerme, descansa, tiene que partir a ese lado, junto a los verdes viajeros del pasado. Luego despierta y me toca y me encuentra su mano gigante y me mueve y me levanta y me hace a un lado buceando el brazo que golpea en mi vientre una marea de grillos que advierte. Entra la manga simiente negra reluciente. Me pregunta puedo venir donde lo hago. Donde quieras le respondo. En tu panza puedo, murmura intimidado. Le digo claro. Viene y viene ráfaga leche sobre mi panza y la veo entre los cuerpos mirando. Veo el chorro interminable regando mi regazo. Se interrumpe e irrumpe en sacudidas llenas se llena mi panza como una cuenca como un valle chiquito de pronto inundado. Me río del río en mi cuerpo acostado, del lago en mi valle por el miembro regado. Me mira el indio de ojo tímido almendrado, sus párpados divinos de almíbar excusados.
Dormimos abrazados un instante de caminata corta y Nicolás se marcha lanzando un beso tras la puerta blanca de mi casa azul. Es mediodía 24, marzo de sol brillante, jornada marcha de gente hogareña. Salgo a la calle eléctrica nublada de plaza mayo. Siento un diente, mi muela, el juicio que arremete. Si duele la muela que muele. Me trae amarilla fiebre nebulosa ausente. Caminan madres negros piqueteros tambor machacando y guita plata gritando, pasan memoria resaca y fotos de masacre eterna sus venas abiertas sacando, andan sueltos periodistas mercadeo y jóvenes video, y la gente toda entera de la cotidiana lucha porteña hecha una maraña zurda de resistente alimaña. Tienen banderas extrañas banderas diversas y banderas varias. Muy distintas y de muchas mañas. Unos caminan a un lado, los otros del otro lado caminan enfrentados. Se encuentran. Pero manifiestan banderas diversas, ritmos y rumbos cambiados. Mismo horizonte sobre mi cabeza sus cabezas nuestros rostros encontrados en el embudo de la lúgubre fiesta. Bajo la lúgubre nube aparece entonces un rumor templado, un tambor mojado de rotunda suerte. Son la rumbias de la cumbia, las chicas del ritmo sagrado. Rumbias morenas del barrio asfaltado, cuerpas volumnias hembras candado de valquiria esfuerza, bailarinas del afro enfiebrecido excarcelado. Están cubiertas de azul turquesa las rumbias del cielo alado. Baila la porteña afro frente a un cartel de hijos colgando y atardece un cielo rosado. Floto embobecida y hablo con un periodista tucumano ilusionado. Lo escucho apenas la muela moliendo bisagras de negras ciruelas. El fin no cuenta me dice el joven tucumano, no cuentan los medios si el fin no es sensible a contar lo del medio, lo que está no a ese lado en la video, ni tampoco en la calle dividida de un mismo credo, sino en la cuerda nueva que en todo esto veo. Escucho al tamborilero. Me adentro, me adiento, me aliento pensativa calle abajo caminando bolívar en la sangre marzo vertedero.

(...)

Vierte la lluvia de abril un brazo largo frente a mis ojos mirando. Es noche entrada en Plaza Congreso y un grupo de actores en La Bohème anda la noche hilando. Son jóvenes tigresas supervivientes ilesas que una llaga andan mostrando. Se me acerca Cuba un actor callejeando. Tiene rostro de afro argentino y chinos ojos de azul cristalizando. Cuba desmiente la unidad de la simiente. Es mosaico su cara y es plástica rara que se ensancha y se alarga y se extiende y se vuelve un millar de caras cuando Cuba siente y su cuento consiente. 31 años de porteño ajetreado, cuerpo pequeño y cuerpo impresionado que se hace blando y de expresión botella plena y ganas de salir aullando. Cuba tiene en su cuerpo todas las culpas minando. Padre madre hija y esposa del país histórica prosa. Me cuenta Cuba en La Bohème que en Cuba se casó a una negra porque era fácil la treta para seguir allí habitando. Se casa Cuba en un despacho y después mira la fecha y se asombra gritando: es 24 de marzo. Carajo escupitajo cómo en este día me caso. Cuba no quiere no puede casarse el 24 de marzo ni aunque por casarse entienda salir de una contienda. Entonces la abogada le dice vamos te pongo la fecha, no hay lucha ni hay drama ni tampoco sabotajo. Así es que Cuba descasa el 24 de marzo y en el papel se casa por el cantor de la tierra de cuarzo, es Serrat que anuncia un 20 de abril para el caso. Cuba truca el cambiazo. Y ahora me mira y me toca el antebrazo y me habla temblando para arriba y para abajo Cuba en la contienda se casó con el cambiazo. Suena en La Bohème la música a todo trapo. Cantan las actrices desveladas del largo brazo. Cantan con la voz entera a un sábado azul y a un domingo sin tristeza, rugen cambio de sexo, de dios y de bandera.

Asomo mi nariz al cielo queja. En la ciudad luciérnaga brama el barro congelado, nada cambiando entonces ahora que todo ha cambiado.