martes, diciembre 11, 2007

Esplendolores


Estamos en un supermercado de la cadena Sorli Discau, que tuvo sus inicios en un lejano 1923 en el barrio barcelonés de Poble Nou cuando Francesc Sorli decidió abrir una tienda de víveres en la calle Pere IV.

Esta mañana el súper está medio vacío, como un islote perdido en medio de la amplia franja fronteriza en que se ha convertido la Gran Vía de les Corts Catalanes, donde se mezclan las aguas revueltas del barrio del Raval con las aguas vidriosas de arriba, más allá del ensanche catalán.

Frente a la extensión de quesos y embutidos, tras el mostrador de vidrio, un empleado se coloca un guante de látex, que al estirarse cede por la muñeca ruidosamente. La clienta que espera su turno, una latina morocha y corpulenta, mira impaciente. El empleado, escrutando con mirada supersticiosa, elige un guante de otra caja y se lo pone, pero éste también se rompe. La clienta morocha golpea el suelo con su zapato de charol rosa. Finalmente, el empleado consigue ponerse un guante sano y mirar a la latina por debajo de su gorrita triangular.

Clienta: (señala los jamones en oferta) quiero ciento cincuenta gramos del último.

El empleado toma el jamón y empieza a cortarlo.

Clienta: ¡no! ¡Ése no! El otro…

Empleado: ése no es el último, es el penúltimo, usted me dijo el último, (cambia los jamones y empieza a cortar en la máquina) ¿qué más?

Clienta: (seca) quiero doscientos gramos de queso de ése… cómo se dice… semi… en rodajas.

El empleado corta el queso y coloca las rodajas con las puntas de los dedos sobre la bandeja de la balanza.

Empleado: (sin mirarla) ¿algo más?

Clienta: quiero doscientos gramos de jamón dulce y… (señala con la cabeza del otro lado del aparador donde están expuestas las carnes rojas y las aves) quiero carne y quiero pollo.

El empleado se da la vuelta para cortar el jamón en la máquina de cuchilla circular, con el cuerpo inclinado y la gorrita triangular invisible tras su cabeza gacha. Entonces llega un viejo arrastrando los pies a la sección de charcuteria, camina a pasos pequeños y tiene la piel fina, blanca y resquebrajada en la frente, con grandes ronchas de piel escamada.
Viejo: ¿qué tal, jodío? ¿cómo estás?

Empleado: (sin darse la vuelta, ni mover la cabeza) me ha tocao la lotería.

Viejo: ¿quéeee?

Empleado: (alza la voz sin moverse) ¡que me ha tocao la lotería!

Viejo: y a mí me ha tocao el gordo esta mañana (se toca el hombro)… sí, me ha tocao el gordo… (ríe) ya ves.

El empleado, que se ha dado la vuelta y está pesando el jamón en la balanza, mira al viejo con ojos divertidos, socarrones. Luego se dirige seriamente a la clienta latina, que lo fija impasible sacando pecho del cuerpo imponente. El empleado se ajusta la gorrita y se desplaza del otro lado del mostrador a cortar la carne.

En la sección de verdulería una empleada con cabellos de tinte anaranjado atiende a un hombre maduro vestido con zapatillas de estar por casa.


Empleada: ¿y?... ¿cómo estás?

Hombre: (con fuerte acento catalán) pues bien, aquí, tirando… he venido a buscar fruta.

Empleada: pues hoy no te conviene, el lunes es un mal día para la fruta, porque no tenemos entrega y está en cámara desde el viernes.

Del otro lado del local, una joven afrocaribeña atiende a dos viejitas que andan buscando a gritos pan troceado para hacer migas. La afrocaribeña vuelve con su cabeza trenzada tras la caja, debajo del delantal rosa asoma una incipiente panza de embarazada.

Vieja: ¿porqué estás tan seria, niña?

Cajera: no estoy seria, estoy pensando… es que cuando pienso no me río tanto, normalmente sí, pero si me pongo a pensar se me va la risa… estaba con la cabeza en otra parte, perdone.

Vieja: qué va, niña, qué te voy a perdonar… en aragonés ¿cómo se decía?

La vieja interroga con la mirada a su compañera, una anciana flaca con el pelo de la nuca flotando arremolinado como una nube ligera y cobriza sobre su pequeño cráneo. Las dos se sostienen las miradas en silencio, hipnotizadas por el misterioso olvido parecen dos pájaros delgados suspendidos en el limbo. Entonces llega a la cola de la caja el hombre maduro de la verdulería y, tomando un sobre de sopa deshidratada de la cesta de plástico, se dirige a la vieja en suave catalán, casi en voz baja.

Hombre: ¿s’està oblidant això?

La vieja asiente levemente y toma el sobre de sopa, el hombre responde ladeando la cabeza en un gesto cortés. En el vestíbulo de entrada del supermercado, una joven madre leyendo el periódico sentada en la cafetería, frente a ella su bebé enfundado en un cochecito de última generación. La madre lee a través del flequillo, absorbida por una noticia que denuncia el deplorable contenido de la televisión española. La está atendiendo una joven de rasgos redondeados y ojos color almendra, que al decirle el precio del café murmura algo incomprensible.

Madre: ¿qué? Perdona, no entendí…

La joven de ojos almendrados se ruboriza, repite el precio del café y escapa tras el mostrador de la panadería, donde esperan dos tipos que quieren barras de pan abiertas para llenarlas con algo de comer. Cuando el más alto y viril de ellos le pregunta de dónde es, la joven bonita sonríe.

Panadera: marroquí, soy de Marruecos…

Tipo 1: ¿y cuánto llevas aquí? … oye, ¡qué guapa te pones cuando sonríes!

Tipo 2: venga tío, que tenemos mucho que curtir…

Tipo 1: oye, no te pongas pesao, ¡no ves que le estoy diciendo un piropo a la chica!

Tipo 2: (mirando al suelo, pisa un papelucho con su bota de trabajo) ya… vale, date prisa…

Tipo 1: (seductor) hablas muy bien español, ¿dónde lo has aprendido?

Panadera: pues no, no hablo muy bien. Poco. Hace dos años que estoy aquí, pero en casa hablamos árabe y la tele también en árabe porque la española no me gusta. Hace seis meses que veo una serie, pero es muy mala, muy feo todo.

Tipo 1: ¿y amigos? ¿no tienes una amiga?

Panadera: no, no tengo.

Tipo 1: pues yo vengo a verte y hablamos, ¿quieres? Así practicas.

La joven sonríe abiertamente, luego se pone seria, explica pausada.

Panadera: es que el 4 cerramos, la panadería cierra. No sé porqué pero no funciona, no viene la gente, el sueldo es muy bajo y el propietario que vino a hablarme el otro día me dijo que es igual en los otros locales. Cada vez peor. Ahora estoy buscando trabajo.

Tipo 1: ¡Vaya guapa! Pues si me entero de algo de aquí al 4 te aviso. ¿Qué sabes hacer?

Panadera: de todo, hago de todo. De panadera no me gusta pero necesito trabajo y hago lo que sea… trabajar.

El tipo le hace una señal con el pulgar hacia arriba, sonríe y toma a su compañero por el hombro de la chaqueta, arrastrándolo hacia fuera. Caminan por la Gran Vía hacia una furgoneta mal aparcada en la esquina de la calle Calabria. En esa esquina un joven de cabello rapado está sentado en un banco con la cabeza agachada y los codos apoyados en las rodillas. El joven sostiene una bolsa de plástico en una mano, en la otra una lata de cerveza. Por detrás del cráneo agachado se puede ver descender un hilo de saliva, el chaval lo deja colgar hasta llegar al suelo, entonces carraspea fuertemente y escupe un gran salivazo manchado.



Barcelona, 26 de Noviembre 2007
Publicado por la revista de cultura migrante www.trovarelamerica.org en diciembre 2007