sábado, abril 08, 2006

Aves de la nada

Para Poca, capo
Es la nada vespertina de esta historia
el resultón alquímico de un basural urbano.
Eran días de cemento en los que crecían montañas de basura,
montañas infinitas,
elongaciones redondas y hediundas de cables abiertos
como cardos de alambre,
botellas venenosas de plastico alumbrado,
bolsas repletas de duras medialunas,
dulce de leche y puré de calabaza que en la maña rasqueteada
cedían su mate de hazaña y de torta cizaña,
eran noches de purgas, de vericuetos sedientos,
noches de luna con canción de hambruna,
eran días mugrientos,
días de panes multiplicados por los hijos de judas.

Se escuchaba en la nada verpertina de esta historia
el soplo de un pulmón azulado.
Fuera un pulmón verde y endulzado.
Un pulmón tricíclico aniñado estaba
palpitando en un cofre de vidrio
y una vieja revolviendo con la mano,
la abuela de la nada con su cresta azulada,
silenciosa parturienta de papeletas usadas,
papeletas nuevas,
papeletas maletas para los hijos de la nada,
los de judas vestidos con craneos encrestados
y armados con patrañas que no fueran espadas.

Así estaban los de judas en la nauseabunda nada.

Eran varios.
Eran muchos de esta orilla y de la otra playa.
Cruzaban volando para repartirse la nada
exhalada por el pulmón enquistado,
viajaban juntos, uno apoyado y el otro al costado,
a veces nadando, nadeando,
coleando dados y dando codos al costado,
para repatriarse de a poquito al tiempo prestado,
el tiempo tomado que iba cobrando entonces
colores imprevistos
e indecibles sueños de estas aves del costado,
aves idiotas desprovistas de destino y despojadas de alivio,
aves monigotas nadeando
en la angustiosa ganga del basural ninguneado.

Entre las aves de la nada
un gavilán especial amanece despierto,
de torpe vuelo y de informe atuendo,
de ronco graznido este hijo se hace sitio
y el basural se vuelve entonces ritmico avatar
de conclusiones abiertas y de fines desprolijos.
Está desprovisto el gavilán de orden y concierto,
y en desorden su desconcierto grazna un silvido.
Ahí vuelan los cientos de hijos.
Y juntos andaban buscando en el basural sus sentidos
y metiendo el pico retorcido.
Así fue que el gavilán se dio en la trompa
con un viejo descosido,
un corcho antiguo en el pico se le quedó metido.
Ay! qué antiguo tapón qué vieja encerrona
qué tapa rosca en la boca se le metió la estopa.
El gavilán andaba sediento de decir poca
y poca dijo abriendo la boca.
Más no salía palabra de la boca,
ni el ala que estaba rota podía volar hacia la otra,
ni nada de la luna ni nada de las urnas ni nada
que no fuera pico cerrado de aceituna
y ganas podridas de nombrar la hambruna.

Entonces apareció la pulga.
Era una bicha diminuta
una enana meditabunda y dichirichosa.
Saltaba la pulga y exhalaba del pulmón azul la culpa.
Discernía en el montón los lugares en punta,
los lugares vacíos, los lugares tumba.
Y buscaba un apoyo, un sostén para sus pies de pulga,
un lugar calentito que de sangre retumba.
Es el cuello del ave especial, el gavilan con el corcho en la punta.
Ahí encuentra la pulga su colchón de plumas.
Le pide la pulga al ave caliente
que le muestre el camino de la gente,
donde vuelan los hijos negros
donde los sedientos y los más sobresalientes.
Parece que vuelan juntos sobre el basural de la muerte.
Vuelan sin partir solo volando para ver
desde el cielo las formas exiguas del corazón celeste,
vuelan para acá y para allá,
apoyando el ala y codeando suerte
los hijos de la gente.
Pero poca no decía nada por la boca.
No movía el ala rota.
No volaba hasta la otra.
Todo parecía nada y nada parecía todo.
Era este ave poca por no abrir la boca.
Era torpe por el ala pesada,
por la culpa heredada y la pata enroscada.
Ay, poca, que corcho oscuro qué tristeza
de ala rota qué bruta emboscada.
La pulga quería un brillante graznido,
quería un vuelo abierto,
un abrazo partido que fuera dicha
y no más de alegría poca.
Entonces picó en el oído
y con sus fauces enormes fauces de bicho
le dijo el entredicho: "¡Poca, dejá salir al bicho!" .
Hincó el diente valiente el veneno punzante
la pulga desmedida despreciada medida.
Pica a la poca trucha la pulga que escucha,
tan fuerte el dolor tan vibrante el escozor
para el ave delgaducha que abre la boca
y escupe la estopa, desenvaina el ala
y desenrosca la pata,
y se vuelve un aguilucho,
un aviador ducho y un boleador lucho,
lo que fuera poca es ahora un animal mucho.

Se pone el gavilán al frente de los hijos que son muchos.
Y ya no es poca si no es mucho,
y es entonces para la pulga una plataforma el ala,
un hogar infinito para volar sobre el vertedero de la nada,
y un colchón donde soñar sus lunas de ave hada.